miércoles, 6 de diciembre de 2023

La fruta

 Lo atraparon no muy lejos de la cañada, cuando empezaban a pensar que era hora de regresar a casa, sin ningún trofeo para sus vitrinas.

Era el cuarto día de cacería. Ninguno de los tres compañeros había tenido suerte. A no ser por una liebre, que había capturado Ricardo el día anterior. José había llevado dos perros, Esteban otros dos y Ricardo uno. El segundo día desapareció uno de los perros; bueno, no precisamente: encontraron su cabeza colgada en un arbusto.

El tercer día desaparecieron otros dos. Ese cuarto día, ante la ausencia de los otros dos perros, el miedo que les atenazaba los corazones les hizo desistir y se prepararon para regresar a casa. Entonces un ladrido, el típico ladrido del can que ha avistado a su presa, y sus corazones se llenaron de euforia.

Esteban fue el primero en reaccionar, principalmente porque era el único que todavía tenía la escopeta al hombro. Cuando José y Ricardo salieron de la tienda, prestas las armas, de su compañero ya no había ni rastro. Afortunadamente, el perro siguió ladrando, de manera que no fue difícil ubicarse.

Corrieron como posesos, aun así, no dieron alcance a Esteban. Después escucharon disparos, más ladridos y un grito eufórico de su amigo. Cuando llegaron al claro, cerca de la cañada, encontraron al jabalí muerto, de la escopeta de Esteban salía un humillo gris. Los últimos dos perros estaban cerca del jabalí, a uno le había entrado el colmillo en la barriga, y al otro, en el cuello.

lunes, 4 de diciembre de 2023

El naufragio

 —¡Steve —me gritó Bryan, quien tenía una pierna en la cubierta del barco y otra en el bote que debía salvarnos—, date prisa!

Bryan era mi amigo y compañero de cuarto. Si estaba ya en el bote fue porque él sintió el fuerte oleaje cinco segundos antes que yo y, en lugar de despertarme, salió corriendo a cubierta para averiguar qué sucedía; desde luego no se lo puedo reprochar, él no sabía que tan mal estaban las cosas. Cuando yo desperté a causa de los retumbos provocados por las fuertes olas, Bryan ya no estaba. Descalzo, en pantalones de tela y camisa de mangas cortas, corrí con premura a la cubierta. Lo que percibí me aterró profundamente. La lluvia caía de forma torrencial y el viento sacudía la nave como uno movería una pluma con el aliento. Pero entonces vi algo que me aterró aún más si cabe, se trataba de una ola de al menos cincuenta metros de altura, que corría a una velocidad brutal hacia nosotros.

—¡Oh Dios mío! —me oí musitar.

Bryan estaba a pocos pasos de mí y también miraba con rostro demudado la gigantesca ola, algo que ni él ni yo habíamos visto en nuestras vidas. Sorprendentemente éramos los únicos en la cubierta.

—¡Tenemos que avisar al capitán y al resto de la tripulación! —le grité. A pesar de estar a escasos pasos había que gritar a causa de lo ensordecedora que era la tormenta.

—¿Estás loco? —me replicó— No hay tiempo ¡Esa ola nos hundirá en cuestión de segundos! ¡Hay que tomar un bote y tratar de salvar la vida!

sábado, 2 de diciembre de 2023

Microcuentos 146-150

 146

En el sueño mataba a mi vecino. Irrumpía en su casa tumbando tanto la puerta frontal como la de su habitación. Cuchillo en mano me abalanzaba sobre él y empezaba a acuchillarlo mientras su esposa daba grandes gritos.

Fueron esos gritos los que me despertaron. Y entonces constaté con horror que no era un sueño, había sido real. Estaba cubierto de sangre y los gritos de la mujer no habían cesado.

A los lejos oí la sirena de una patrulla.

Pero más horror me provocó darme cuenta que quien gritaba era mi madre, y el hombre muerto debajo de mí: mi padre.

sábado, 25 de noviembre de 2023

La fruta

 Cayó del cielo a eso de las cuatro de la tarde. Yo estaba asomado a la ventana desde mi habitación en el segundo piso, mirando a mi hermanito y a su perro, Goby, corretear por todo el patio, riendo como sólo un chiquillo puede hacerlo.

De repente cayó esa cosa que parecía una fruta, no con fuerza, sino débil, como si alguien la hubiera lanzado, pero por lo que me percaté, nadie la lanzó, pues cayó directamente del cielo. Parecía una fresa, creo que era una fresa, con el cuerpo punteado y varias hojas verdes en el tronco. Sólo que era cien veces más grande que una fresa común, mil veces. Debía medir medio metro de largo y treinta centímetros de grosor máximo.

Mi hermano y el perro se sorprendieron, el uno con los ojos abiertos y el otro empezando a gruñir y mostrando los dientes. ¿Qué demonios era esa cosa? ¿Dónde se ha visto una fresa de ese tamaño? Sus hojas verdes se agitaron y juraría que algunas de las semillas pegadas a su corteza exterior giraron sobre su eje. «¡Mierda!», pensé. Esa cosa no era algo normal, puede que ni siquiera de este mundo.

lunes, 20 de noviembre de 2023

La leyenda del conde

 La leyenda del conde Jeremy Rollins es muy popular en todo el pueblo en el cual vivió y en las comarcas circunvecinas. Aunque quizá sería más acertado decir «las leyendas», ya que, con el transcurso de los lustros desde su fallecimiento, hace un siglo, la leyenda se fue transformando con el boca a boca en varias, y no solo una. Como naturalmente ocurre, por supuesto.

Sobre el conde Jeremy Rollins se habló mucho, se habla aún todavía y se seguirá hablando, probablemente, hasta el fin de los tiempos. Pero, ¿quién era el conde Jeremy Rollins? Bien, según la tradición popular, Jeremy Rollins fue el último sobreviviente de la otrora excelsa, y ahora extinta, dinastía Rollins, que regentó en nombre del Rey durante quinientos años el pueblo y las aldeas esparcidas alrededor de éste. ¿Cómo era Jeremy Rollins? Siendo honesto, he de admitir que es harto difícil dilucidar la verdad de la fantasía. De cualquier manera, referiré algunos aspectos del conde que aún hoy en día se comentan de él y dejo al lector la opción de aceptar alguno como real o tomar todo como simple fantasía.

Muchos creen que el conde fue un alma noble, pío y carismático. Se dice que despilfarró su fortuna en actos benignos y caritativos, no entiendo cómo a eso se le puede llamar despilfarrar, y que ayudaba a cualquiera, incluso a aquellos que parecían no precisar ayuda. Desde hace poco más de un siglo el pueblo cuenta con una casa hogar para niños huérfanos y un asilo para ancianos, es normal que los que piensan en el conde Jeremy Rollins como alguien bueno crean que fue el fundador de ambos centros. Estas personas creen que fue por su excepcional bondad que, tras morir, muy joven pues sólo contaba con treinta años de edad, se llenó su ataúd con una fortuna en oro, joyas y piedras preciosas.